lunes, 29 de abril de 2013



No descubrimos nada cuando decimos que en lo cotidiano y común existe siempre algo irreal y extraño que podríamos calificar de fantástico. En lo que a partir de ahora llamaré fotorrealismo fantástico, los hechos son reales pero tienen una connotación irreal (fantástica), que el fotógrafo no pretende en ningún momento racionalizar. Inbuido por la mirada inocente, la fotografía rompe la barrera que distingue lo verosimil de lo inexplicable, mágico y, así, la foto adquiere los tintes de lo maravilloso y considera al ser humano como (me apropio de las palabras de Victor Bravo en Magias y maravillas en el continente literario) “misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad”.




Las fotografías que aquí expongo podrían englobarse dentro del concepto más genérico de street photography si no fuera porque están desprovistas de la intención documental que acompaña al término. Al contrario, la intención (la composición) en el momento del disparo intenta ocultar la explicación objetiva de la escena que se retrata para potenciar una lectura poético-fantástica de la misma.





Los retratos espontáneos (candid photograhy) del fotorrealismo fantástico no persiguen el gesto indiscreto o la peculiaridad física del retratado. Los protagonistas de la escena son simplemente actores circunstanciales, ajenos a la irrealidad que el fotógrafo intenta capturar. Participan, sin saberlo, en una escena maravillosa construida en una pequeña fracción de segundo.





El fotorrealismo fantástico extrae directamente de la realidad los elementos extraños que encontramos en el espacio donde se desarrolla la acción. El componente fantástico puede ser en ocasiones un artificio puesto o impuesto por otro (creador) en el escenario cotidiano y, en esos casos, el fotorrealismo fantástico se limita a capturar la naturalidad con la que el ser humano convive con lo extraño, con lo irreal, quizá porque lo entiende (lo sabe) sólo como un decorado.




El fotorrealismo fantástico gusta de resaltar aspectos coreográficos que visten la realidad de una cierta teatralidad; una especie de mise en scène de lo cotidiano que, espontáneamente, dispone a los actores tan correctamente en el espacio que todo parece puro artificio, irreal.